Expresión escrita PSEC 2006-2007

Herramienta interactiva de la cátedra de Expresión escrita del Programa Superior de Escritura Creativa del Instituto ICREA en los turnos matutino y sabatino, a cargo del escritor Jesús Nieves Montero.

sábado, diciembre 15, 2007

Tercer fragmento de "El día que me quieras" de José Ignacio Cabrujas

"Gardel: Buenas noches, Elvira. Buenas noches, Matilde. Lo mejor de este mundo, camarada María Luisa.

Matilde: (Tras una pausa) ¿Y El día que me quieras ?

Lepera: (A Gardel) No sé. Tal vez el zorzal...

Matilde: ¿Qué...?

Lepera: ...no pueda.

Matilde: (Agobiada) ¿Y si cerráramos los ojos? Porque va a ser horrible verte marchar. Nos quedamos aquí. Tú cantas El día que me quieras... y te vas.

Plácido: Y uno se lo cuenta entonces a la gente. Uno dice: él estuvo aquí, y cantó.

Elvira: ¿Y quién te va a creer?

Plácido: No importa. Uno mismo se cree. (Murmura) Hazlo, morocho. No te vayas sin cantar.

Matilde: De verdad. Por favor. Para que uno se quede con una palabra.

(Gardel canta El día que me quieras)

Gardel: «Acaricia mi ensueño, el suave murmullo de tu suspirar...»

Plácido: (En repentino éxtasis) Ah, bueno...

Gardel: «Como ríe la vida si tus ojos negros me quieren mirar...»

Elvira: Bendito seas por este regalo.

Gardel: «Y si es mío el amparo de tu risa leve que es como un cantar... Ella aquieta mi herida, todo, todo, se olvida... El día que me quieras la rosa que engalana... se vestirá de fiesta con su mejor color, y al viento las campanas dirán que ya eres mía y locas las fontanas se contarán su amor... La noche que me quieras, desde el azul del cielo... las estrellas celosas nos mirarán pasar... y un rayo misterioso hará nido en tu pelo... luciérnaga curiosa que verá que eres mi consuelo...»

Matilde, Plácido: (Recitativo) «El día que me quieras... no habrá más que armonía... será clara la aurora y alegre el manantial traerá quieta la brisa rumor de melodía, y nos darán las fuentes su canto de cristal... El día que me quieras, endulzará sus cuerdas el pájaro cantor... florecerá la vida... no existirá el dolor...»

Gardel: «La noche que me quieras, desde el azul del cielo... las estrellas celosas nos mirarán pasar... y un rayo misterioso...»

Elvira: ¡Alabado rayo misterioso!

Gardel: «...hará nido en tu pelo, luciérnaga curiosa que verá que eres mi consuelo.»

(Salen Gardel y Lepera. Larga pausa)

Elvira: Habrá que dormir... ¿verdad, María Luisa?

María Luisa: Plácido... cierra la puerta...

Plácido: Sí.

(Plácido sale)

Elvira: Fue... un bello regalo, ¿no es cierto?

Matilde: Su voz, intacta. ¡Dios mío!... ¿Cómo se puede ser tan grande?

María Luisa: ¿Habrá café, verdad? Digo... para mañana...

Elvira: Yo compré.

(Entra Plácido)

Plácido: (Musita apenas) «Y si es mío el amparo de tu risa leve»...

Elvira: ¿Qué hora es Plácido?

Plácido: Doce y media. Fue una visita corta...

Matilde: Buenas noches, Plácido. Buenas noches, tía María Luisa. Bendición, Elvira.

Elvira: Dios te bendiga.

Matilde: (A María Luisa) Mañana...

María Luisa: ¿Qué?

Matilde: Digo... será distinto... ¿no es verdad?

María Luisa: Sí.

Elvira: (A Matilde) Cambia las sábanas. Hoy es día de cambiar las sábanas.

Matilde: ¿No es mañana?

Elvira: No. Es hoy.

Matilde: (Antes de salir) ¿Nadie nos va a quitar esto, verdad? Pienso... que menos que nunca se podrá vender la casa... ¿Cómo se va a vender, después de esta noche?

Elvira: Así es.

(Sale Matilde)

Elvira: Plácido... guarda las botellas... que nadie las toque... Mañana se lavan y se dejan aquí de adorno, para que la gente pregunte y uno conteste..."

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Segundo fragmento de "El día que me quieras" de José Ignacio Cabrujas

"Plácido: ¿Te vas a ir con ella, Pío?

Pío: ¿Se me ha visto alguna vez en esta casa atropellando a tu hermana?

Plácido: (Amistoso) Yo entiendo los ideales, Pío. Entiendo que el pobre sufre y sufre y sufre y se jode y se jode y se jode. Y entiendo que hay gente que tiene más y gente que tiene menos y que la humanidad necesita un revolcón y unas cabezas cortadas y un sangrero. Eso está en mi cabeza, Pío, y la plusvalía de este asunto del señor Pimentel que pone el capital y me roba el trabajo, y las cinco cruces de la dialéctica y la desviación de Trotsky y el imperialismo y la lucha de clases. Yo no era nada, Pío, antes de que tú me entregaras esta iluminación. Y ahora veo a Pimentel en la oficina y me digo: ay, Pimentel... ay, Pimentel... y me preparo, calladito, agazapado para el día de la cosa... cuando Pimentel me vea entrar en la oficina, en 1947, supongo, suponte con la ametralladora en la mano... ¿Qué es esto, Ancízar? Porque así me va a decir... ¿Qué es esto, Ancízar? Ay, Pimentel... ay, Pimentel.

Pío: ¿Cómo sabes que será en 1947?

Plácido: No sé. Siempre he pensado que será en 1947.

Pío: Tal vez, antes...

Plácido: ¿Quién sabe si antes?

Pío: Pondremos la bandera en el Capitolio...

Plácido: (Entusiasmado) ¿Con la hoz y el martillo, verdad Pío?

Pío: Con la hoz y el martillo.

Plácido: ¿Y vendrá Stalin, verdad?

Pío: Vendrá el camarada Stalin, de visita...

Plácido: ¿Como Gardel...?

Pío: (Iluminado) Nunca habrás visto tanta gente en Caracas, como el día de la visita de Stalin. Esa mañana, nos encontraremos frente al Congreso, y si puedo, si me es dado, te entregaré el cordel de la bandera roja para que tú mismo la subas.

Plácido: ¿En serio, Pío?

Pío: Te he hablado de la bandera, Plácido."

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Primer fragmento de "El día que me quieras" de José Ignacio Cabrujas

Primer tiempo

Rubias de Nueva York


La sala y el patio de las Ancízar a las doce del día. Un reloj Junghans suena y es la única exactitud del lugar. El resto es árabe y fantasioso; jarrones dorados, mariposas, cerámicas, pastorcillos pálidos, lotos, bambúes y delicadezas. María Luisa está sentada en un sofá vienés. Pío Miranda, a su lado, observa el albañal del patio. María Luisa sonríe vagamente percatándose de Pío, a quien olvidó hace unos minutos.

María Luisa: ¿Y Stalin?

Pío: Stalin los reúne a todos en el salón de conferencias, a mano izquierda, entrando por la puerta principal como quien va hacia el comedor del terrible. Stalin aguarda y entra Bujarín y entra Zinoviev y entra Kamenev y Trotsky y los viejos bolcheviques, tensos, impenetrables, definitivos. Rakovski...

María Luisa: ¿Quién es Rakovski, Pío?

Pío: Rakovski es el comisario de Armenia, el gran oso de los kuláks. Rakovski tose. Stalin lo mira. Rakovski no tose. Stalin se levanta, sobrio, medular, profundo. Y hay ese momento de angustia. Y Stalin dice: Caballeros: Vladimir Ilich, acaba de morir.

María Luisa: Ay.

Pío: ¿Qué...?, dice Kamenev... ¿Qué...? Un qué abrumado, un qué terrible... ¿Qué...? Y la cabeza se mueve...

María Luisa: ¿La cabeza de quién...?

Pío: La cabeza de Kamenev (Y la cabeza de Pío reproduce la perplejidad de Kamenev) ¿Qué...? ¿Qué...?

María Luisa: Ay.

Pío: Y Bujarín se levanta y camina hacia el llamado ventanal de la zarina en tiempos de opresión. Zinoviev lo mira. Stalin lo mira y Trotsky pregunta: ¿Qué hace el camarada Bujarín en el llamado ventanal de la zarina?

María Luisa: Lloraba.

Pío: Lloraba. Los grandes ojos de Bujarín repletos de lágrimas. Vladimir Ilich los había dejado aquel 21 de enero de 1924. Y Iosif bajó la cabeza, Iosif Visarianovich, mejor conocido por Stalin, acero, así se templó el acero, bajó la cabeza por última vez hasta el sol de hoy y dijo: Camaradas, ¿cómo se llena un vacío?

María Luisa: (En un hilo) ¿Dijo...?

Pío: Camaradas, ¿cómo se llena un vacío? Y todos se miran y entra Alliluyeva, la mujer de Stalin, con el samovar de la tarde.

María Luisa: No hay nada en el mundo como el té de samovar. ¿Tendremos uno alguna vez, Pío?

Pío: Creo que sí. O por lo menos nos dejarán usar el samovar del koljosz.

María Luisa: ¿Hará mucho frío, verdad?

Pío: Al principio. Pero después, uno se acostumbra a todo.

María Luisa: Hoy hablaré con Elvira.

Pío: ¿Y por qué no esperamos la respuesta de Romain Rolland?

María Luisa: Ella no sabe quién es Romain Rolland. Llegamos a Moscú y hablamos con franqueza. ¿Por qué tenemos que llevar una carta de Romain Rolland? En Moscú es distinto. No es un país de tarjetas. Vamos al Kremlin y nos quedamos allí, junto a la tumba de Lenin. Alguien vendrá. Rakovski vendrá. Zinoviev, Kamenev, alguien. Quién sabe si el mismo Stalin. Y entonces, nos jugamos el todo por el todo. Le decimos: mire, Stalin, venimos de Caracas, el señor Pío Miranda y María Luisa Ancízar, encantados. ¿Qué puede pasar, Pío?

Pío: No va a entender.

María Luisa: ¿Y por qué no?

Pío: Porque el camarada Stalin no habla castellano.

María Luisa: Tal vez Zinoviev o Kamenev...

Pío: María Luisa, son personas ocupadas. No puedes salirles al paso, así como así, y decirles que estás llegando de Caracas.

María Luisa: ¿No saben dónde está Caracas?

Pío: Por supuesto que saben. El camarada Stalin tiene una visión total del planeta. Pero no se trata de eso. Y además, es imposible entrar en un país de esa manera. Hay aduanas, María Luisa. Si las hay aquí, en esta equivocación de la historia, ¿cómo no la va a haber en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas? Justamente por eso le he escrito a Romain Rolland. Porque se trata de un humanista, uña y carne con el camarada Stalin y vara alta en la Internacional Comunista. No es lo mismo entrar en el Kremlin, como Pedro por su casa, que hacerlo con una carta donde Romain Rolland diga: los señores son María Luisa Ancízar y Pío Miranda, de Caracas, que vienen allí con la intención de participar en la vida koljosiana, dentro del plan quinquenal, etc., etc...

(Entra Elvira Ancízar. Viene de la calle)