Expresión escrita PSEC 2006-2007

Herramienta interactiva de la cátedra de Expresión escrita del Programa Superior de Escritura Creativa del Instituto ICREA en los turnos matutino y sabatino, a cargo del escritor Jesús Nieves Montero.

sábado, octubre 20, 2007

Un artículo: Aprender a vivir en la incertidumbre, de Alfredo Toro Hardy

Durante dos décadas y hasta su renuncia hace un par de años atrás, Jack Welch se desempeñó como presidente de General Electric, siendo considerado como el paradigma del empresario exitoso. Welch fue el precursor y el máximo exponente de la tesis según la cual sólo el cambio permanente, incluso el cambio por el cambio mismo, podía garantizar la competitividad de las empresas. El porqué de ello tiene una explicación precisa: al deshacerse las ataduras mentales se crean las condiciones necesarias para saber detectar y aprovechar oportunidades. Bajo esta perspectiva, la sujeción a una estrategia definida produce una suerte de visión selectiva, condicionada por preconceptos.

LA TESIS DE WELCH podría encontrar algunos de sus antecedentes en Clausewitz y en Sun Tzu, los dos mayores teóricos del arte de la guerra. Para ambos, toda planificación rígida de una campaña militar, o de una batalla, tendía a conducir al fracaso. La razón de ello resultaba clara en sí misma: el cambio continuo de circunstancias, las imperfecciones en la ejecución o la voluntad independiente de la otra parte, terminaban dejando sin sustento a los propios planes. No en balde, la necesidad de mantener siempre abiertas las opciones. Sin embargo, más que Clausewitz o Sun Tzu, la verdadera guía intelectual de Welch pareciera venir de Heráclito y de Jung.

Entre las múltiples corrientes filosóficas de la antigüedad helénica, hubo dos particularmente sugerentes que se contraponían. De un lado la de Heráclito, asentada en la noción del flujo y transformación permanentes de la naturaleza y de las cosas humanas. Era la filosofía del cambio. Al otro lado aparecía Aristóteles, padre del sistema lógico-racional. El suyo era un universo estable basado en inducciones y deducciones, en juicios y razonamientos. Heráclito nunca dejó huella profunda en Occidente. Podría decirse que la suya era una visión demasiado 'oriental' de la filosofía, mucho más cercana al pensamiento chino que a la de sus congéneres de la antigua Grecia. Aristóteles, en cambio, sentó las bases mismas del pensamiento y de la civilización occidentales.

EL FAMOSO PSIQUIATRA y humanista suizo Carl-Gustav Jung estuvo siempre fascinado por Heráclito, lamentando la poca influencia ejercida por éste en nuestros patrones mentales. Al no haber absorbido a Heráclito dentro de sus claves de identidad, Occidente perdió algo fundamental: la posibilidad de percibir la realidad desde una perspectiva más intuitiva y menos rígida. Aristóteles representaba la lógica de la causalidad (todo efecto tiene su causa). Sin embargo, junto a aquella existiría también una lógica de la 'casualidad'. Es decir, la concatenación de imprevistos que terminan definiendo nuestras vidas. Fue a partir de esta idea que Jung formuló su célebre tesis del 'sincronismo'. No en balde, la fascinación que Jung tuvo también por el I Ching, el famoso libro chino de las predicciones.

En momentos de dramática incertidumbre, como los que vivimos, nuestro principal escollo podría venir dado por el apego al sistema definido por Aristóteles. De él sólo podemos derivar angustias y zozobras. La ruptura continua de esquemas mentales y preconceptos, a la que nos hallamos sometidos, no puede encontrar respuesta dentro de un universo racional eminentemente estático. Al igual que Welch, deberíamos comenzar a apreciar las virtudes del cambio y a revalorizar las oportunidades que derivan de las casualidades. Sólo una actitud más abierta y flexible frente al permanente fluir de eventos que no estamos en condiciones de controlar, podría garantizarnos la sanidad mental.

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Un artículo: Santidad o desesperación, de Ricardo Bello

Thomas Merton, el gran poeta norteamericano, cuenta en su autobiografía La montaña de los siete círculos, el horror que sintió cuando abrió un libro del filósofo Etienne Gilson y encontró en la primera página y en letras grandes, una clara advertencia: Nihil Obstat - Imprimitur.

El volumen, a pesar del interés que despertaba en el joven neoyorkino, parecía cargar con el estigma, la intolerancia, el misterio asociado al medioevo, a la inquisición o las cruzadas.

El espíritu de la filosofía medieval, así se llamaba el texto, contaba con el visto bueno del Vaticano, era un libro o panfleto libre de error doctrinal. Resistió la tentación de tirar el volumen por la ventana del Metro y olvidarse para siempre de tanto oscurantismo, por una sola razón: le extrañó su reacción, su violento rechazo al anuncio en latín. Terminó leyéndolo, en rebeldía consigo mismo, y su vida tomó un giro sorpresivo: poco después ingresó como novicio en el Monasterio de Gethsemaní en Kentucky, del cual no saldría sino para morir, muchas décadas después.

Hoy cayó en mis manos un volumen similar, un libro destinado a ser un clásico del camino espiritual, a la par, estamos casi tentados a decir, de las memorias del propio Merton y, forzando un poco la barra, de Las confesiones de san Agustín.

Su autor es el padre Brian Kolodiejchuk, postulante de la causa de canonización de la Madre Teresa y el volumen recoge la correspondencia y fragmentos del diario de la santa de Calcuta. La sorpresa está en que, en vez de encontrarnos con una antología de cartas piadosas, nos topamos con el testimonio de una angustia existencial tan aterradora, tan severa y aguda, que termina uno casi con ganas de ir a Farmatodo a comprar ansiolíticos. El libro recoge tres momentos distintos de su vida interior: su permanencia en una comunidad de monjas luego de hacer votos y tomar sus hábitos en 1937; su experiencia mística, que culminó con su decisión de crear una orden religiosa para atender moribundos y desahuciados en las calles de la India; y en tercer lugar, el aspecto central y sorpresivo del libro, la dolorosa oscuridad que la envolvió en secreto hasta el final de sus días.

"Sólo siento –le escribía a su confesor– el terrible dolor de la pérdida, de un Dios que no me quiere, de un Dios que no es Dios, de un Dios que no existe. Si no hay Dios no puede haber alma. Si no hay alma, entonces Jesús, tú no eres verdadero. Cielos, qué vacío –ni un solo pensamiento del Cielo entra mi mente– porque no hay esperanza". Ella pidió imitar a Cristo y recibió la experiencia del abandono en la cruz, la soledad aterradora, el brillo de la nada, la noche oscura y casi infinita. Su respuesta, contra toda razón y esperanza, fue entregarse a cuidar a los demás, obsequiar su fuerza y capacidad de organización a los que nunca habían tenido nada y que pudieron, gracias a ella, conocer la bondad en el momento de la muerte.

Christopher Hitchens, escritor y periodista norteamericano, autor del manifesto ateísta Dios no es grande, atacó el volumen, pidiendo compasión con una anciana confundida.

La verdad, sin embargo, es que el libro ofrece el testimonio de una mujer incapaz de caer derrotada por su incapacidad racional para comprender su vida, pero que perseguía, sin tregua ni descanso, la sonrisa de los que morían en las calles, enseñándoles la posibilidad de vivir y morir en paz, reconciliados. Si llego a ser una santa, escribió, seré una de oscuridad. Escogió un escenario apropiado: Calcuta conoció hambrunas a raíz de la II Guerra Mundial y después los horrores de la guerra de independencia. No entendía el dolor, pero le tendía la mano, lo conquistaba.

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Un artículo: Pequeños seres, de Adriana Villanueva

En el año 2001, cuando se les pidió a varios intelectuales que hicieran una lista con las mejores novelas venezolanas contemporáneas, Los pequeños seres, de Salvador Garmendia, quedó entre las 10 grandes del siglo XX. En mayo de ese año murió Garmendia a los 73 años de edad. ¿Llegaría a saber que su primera novela publicada en 1959 era considerada imprescindible? Me pregunto si ese detalle, tan de concurso de belleza, le habría importado.

Conocí a Garmendia un atardecer del año 2000 cuando nos convocaron en un café Nelson Rivera y Sara Maneiro para el relanzamiento de Papel Literario. Yo, nueva en estas lides, me sentía cohibida al verme sentada entre Antonio López Ortega, Jorge Rodríguez (el ahora vicepresidente) y el gran Salvador Garmendia.

Salvador, como lo anunciaba su nombre, me hizo sentir de inmediato en familia hablándome de sus hijos, de nuestro amigo Boris Izaguirre y de cómo le gustaba buscar a otros Salvadores Garmendia por Internet. Por lo cariñoso que fue con esta tímida desconocida, podría jurar que el genial escritor nunca dejó de identificarse con esos pequeños seres que de forma tan precisa describió en su novela.

Dicen que Los pequeños se res es nuestra primera novela urbana contemporánea, que retrata el caos del alma que sufrimos los habitantes de las ciudades modernas; que Mateo Martán, el aturdido protagonista, es el antihéroe por excelencia, de esos que por más que luchen contra las vicisitudes del destino lo que hace es hundirse más en ellas. Pero la lectura de Los pequeños seres en este siglo XXI, en el que la desesperanza se ha instalado en el alma de tantos caraqueños, más que a Mateo Martán me remonta a sus nietos, porque ese oficinista del año 59, que un día amanece preguntándose para qué estamos aquí, por qué vivir esta vida en la que las alegrías se diluyen en la mezquina rutina, ese Mateo Martán que tiene techo, quince y último asegurado, en una Venezuela recién salida de una dictadura, ese pequeño ser de la clase media urbana que se vuelve más insecto que Gregorio Sanz, hoy le parecería a sus nietos un privilegiado.

Leemos sobre Mateo Martán hundiéndose en ese abismo existencial de hormiga trabajadora que no sabe para qué vive, si vale la pena seguir, hacia dónde lleva el día a día, y pensamos que habrá sido de la vida de Antonio, su hijo adolescente, tan oliendo a futuro, si habrá heredado el fatalismo de su padre, si también fue de quince y último garantizado y una desazón que no se quita. Y nos preguntamos qué será de sus nietos, ¿cuántas veces habrán sido víctimas del hampa? ¿Emigrarían a Miami o a Madrid? ¿Serán de los que piensan que esta V República es una pesadilla? ¿O de los que marchan con boinas rojas defendiendo el sueño revolucionario? ¿Dónde están los nietos de Martán? Esos pequeños seres del siglo XXI cuya rutina es sufrir la desidia de una ciudad cayéndose a pedazos, del tráfico infernal, la Virgen del Carmen me saque del camino de los malandros, hay un niño con la mano extendida en cada esquina, no se consigue leche, el queso Paisa desapareció, no sé cómo voy a hacer para llegar a fin de mes...

Si los pequeños seres del nuevo milenio logran sobrevivir en este infierno llamado Caracas, al toparse con la foto del abuelo Mateo, por más cara de atormentado oficinista que tenga, sin duda exclamarán: "¡Y él que creía que su vida era de perros!".

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Un artículo de Ignacio Ávalos, Abreu...

I Entre nosotros, decir Abreu, a secas, no es sólo hablar de Bob, el pelotero de los Yanquis de Nueva York y, a raticos, de los Leones del Caracas durante nuestra temporada de pelota profesional. En este país, beisbolero y todo, decir Abreu también es referirse a José Antonio, un hombre dedicado a la música luego de colgar los hábitos de economista y de político. Es, así pues, referirse al maestro Abreu, el creador de una obra muy importante a lo largo de tres décadas, hecha a punta de paciencia, sudor e, imagina uno, algo de salivita, indispensable, según se suele decir, para hacer las cosas en el trópico. Una obra con muy pocos equivalentes en la Venezuela del último medio siglo, muy reconocida afuera, lo cual ha ayudado –así somos los venezolanos– para que se le considere profeta en su tierra.

II Recientemente, el Gobierno decidió encomendarle al maestro Abreu la concepción y puesta en práctica de la Misión Música. Lo hizo, según es su estilo, por boca del presidente Chávez en su programa dominical. Agarró movido de la base, incluso, al ministro de Cultura, quien pronto, según informan, se puso a trabajar para cumplir las instrucciones impartidas. Es una tarea puesta en las mejores manos, piensa uno, simple ciudadano de a pie, admirador del empeño que pone Abreu en cada una de sus tareas; pero a la vez extraña, puesto que no es un gesto habitual en estos tiempos nuestros, tan mezquinos y ariscos. Se extraña uno, digo, porque el Gobierno tiene trazada –es también parte de su estilo– una raya amarilla para distinguir a los que, en materia de política, tienen otras ideas y pareceres acerca de cómo debe ser el país. Se extraña uno, en fin, porque el maestro Abreu viene, con todo su bagaje, de épocas que han querido ser engavetadas, sacadas a relucir únicamente cuando sirven para comprobar el fracaso de gobiernos anteriores al actual.

Pero, extrañado y todo, no cabe, desde luego, sino aplaudir la buena ocurrencia oficial de encomendarle al maestro Abreu, dándole los recursos necesarios, el trabajo de llevar adelante la Misión Música de acuerdo con su leal saber y entender, sin más criterios que los que derivan de una experiencia larga y exitosa. El propósito es conseguir que los 280.000 jóvenes que actualmente tocan música clásica en las diversas orquestas, pasen a ser 1 millón.

III Ante la decisión presidencial, algunos sectores de la oposición, quién sabe si minoritarios pero seguramente ruidosos, han respondido de acuerdo con un guión que, de tanto usarlo, parece haber sido transferido a su ADN político. Un guión que, en este caso, dispone que como el Gobierno elogia al maestro Abreu, éste pasa a ser, cuestión de reflejos condicionados a lo perrito de Pavlov, un chavista convicto y confeso y, en consecuencia, un vendido, un inmoral, un mal patriota y otras cosas más, parte de un rosario de descalificaciones que puede ampliarse al consultar Internet, la arena de lucha preferida de estos grupos, los cuales, creen algunos politólogos, terminan siendo, dicho sea de paso, muy efectivos en su ayuda al Gobierno.

Así pues, en virtud de la miseria y de la obcecación políticas propias de esta época venezolana, el maestro Abreu ha pasado a ser el traidor Abreu.

IV Piensa uno, entonces, lo mucho que nos está costando a los venezolanos la convivencia política. Es como si hubiéramos extraviado la comprensión y nos resultara difícil reconocernos, todos, en algo.

Es que hasta la Vinotinto puede ser motivo para discrepar y separarnos. Qué vaina, ¿no?

Harina de otro costal.
El amigo de una amiga de mi esposa echó este cuento. Un señor australiano tuvo que tramitar quién sabe qué documento ante una oficina pública. Tres días después, cuando fue a recogerlo, observó que lo habían puesto como nacido en Austria. Hizo la observación correspondiente. "Soy de Australia", remarcó. Ante la queja expuesta, el funcionario de turno prefirió consultar a su superior. De regreso, a los pocos minutos, el modesto burócrata le informó que su jefe decía que él no sabía cómo era en otros lados, pero que en Venezuela se podía decir de las dos maneras, Austria y Australia. "Da lo mismo", remató. El amigo de la amiga de mi esposa señaló que tal vez se trata de una manifestación, un tanto exagerada, de nuestro derecho a la soberanía.

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martes, octubre 16, 2007

Columna de Sumito Estévez: Talento, ¿con qué se come eso? (24/09/06)

Parte de la tarea. ¿Por qué me gusta la columna? Está escrita con sentido de la estructura, comienza con un párrafo sobre Mozart que parece abandonarse aunque, a medida que se avanza, uno se da cuenta de cómo se relaciona con el resto de los temas.
Es variada.
No se necesita ser chef para disfrutarla.
Ofrece una nueva perspectiva sobre la gastronomía, en la voz de un experto.


Los tocados por Dios
El director de cine checo Milos Forman, en su grandiosa película Amadeus (1984), nos regaló una escena que me marcó hondamente. Me refiero a aquella en la que el compositor italiano de ópera Antonio Salieri (interpretado magistralmente por Murray Abraham) se topa con el manuscrito de una pieza de su archirival Mozart. Se trata de una obra maestra escrita a primera mano y sin tachones, como si Dios, literalmente, se la hubiese cantado en el oído al genio de Salzburgo. Salieri, que había dedicado toda su vida a trabajar arduamente para obtener el prestigio del que ya gozaba, casi llora de desesperación al ver que hay personas que simplemente nacieron tocadas por Dios.


El síndrome de Van Gogh
En cocina he vivido cientos de veces esta historia. He conocido muchos y buenos cocineros que no tienen mucha edad, pero que son capaces de deslumbrar. En mi interrelación con ellos me he dado cuenta de que ven al mundo de la gastronomía desde una perspectiva que es incluso transparente para mí. He conocido muchas y buenas cocineras capaces de impresionar por su capacidad técnica sin haber pasado por una escuela; cocineros que generan ideas que, por obvias, nadie había notado o cocineras que simplemente logran que con cada bocado la gente se sienta feliz de pertenecer al género hedonista de los humanos.

Pero, en muchos casos, estos genios han sido destruidos por la mortal combinación de halago y mercado ávido de estrellas, y con tristeza pasamos a ser testigos de un eclipse prematuro. Particularmente, en cocina es bastante peligroso el "halago poco objetivo". Tarde o temprano, éste hace que el cocinero olvide su labor de servidor, al punto de sentir que se encuentra por encima de las circunstancias y que, por lo tanto, si su "obra" no es del agrado de la clientela es porque no es comprendida.

Tal vez un Van Gogh se pueda dar el lujo de esa espera, pero no un cocinero. En muchas profesiones, la excusa de la incomprensión puede hacer que el sueño sea más liviano gracias a un ego intacto, pero no así en la cocina. La incomprensión no baja la santamaría, por usar la referencia clásica del negociante que cierra el negocio luego de una jornada de trabajo, ni paga la nómina. Las galerías de las obras maestras de los cocineros se llaman restaurantes, es decir: negocio.


Los que no se quedan parados
Cuando a un latinoamericano se le presenta una situación inesperada, corre por los alambritos y, como sea, le sale al paso a la emergencia. Es verdad también que si nos piden algo que no esté planificado en el manual de operaciones de la empresa, nos la inventamos y "primero muertos que quedarnos parados"... pero cometemos un error tremendo: no documentamos nuestras geniales soluciones. Así que, cuando se presenta de nuevo una situación similar, volvemos a apelar a nuestra brillante inventiva.

Son muchas las veces que, a modo de generalización grosera, he escuchado la frase "los gringos son brutos, pues si los sacan del guión no saben responder". Es posible que la estructura cultural de los anglosajones los lleve a paralizarse ante lo inesperado, pero igualmente es cierto que no permiten que les suceda de nuevo. Inmediatamente generan una metodología y, sobre todo, la documentan.


Receta, ¿para qué?
Otro de los errores más comunes que cometemos los cocineros es que detestamos escribir. Un manual de operaciones en la cocina de un restaurante es una joya de colección y si entendemos que la razón de un restaurante es cocinar todos los días el mismo plato de manera idéntica, este hecho no deja de ser inaudito.

Muchas veces el genio individual de un jefe de cocina sostiene airoso los errores emanados de la brigada, pero es una forma de dirigir los esfuerzos en la dirección equivocada. Y es que en lugar de crear o generar ideas, este genio se pasa el tiempo colocando parches donde corresponda. Me consta que los cocineros que integran la brigada de un restaurante sueñan con que les entreguen por escrito las recetas, las especificaciones necesarias y, sobre todo, que los entrenen para reaccionar ante posibles errores... ese manual nunca llega. Y lo que es más triste, idea no escrita es idea perdida.

Cada vez que dejamos de documentar no sólo repetimos esfuerzos sino que perdemos una página de eso que llaman la memoria histórica y que en el caso de los cocineros se denomina simplemente: recetario.


A veces
Cuando alguien posee talento y lo dilapida por no entrenarse, nos hallamos ante una enorme injusticia cósmica. Como bien dicen los anglosajones, tener talento es un don y los dones se agradecen ejerciéndolos para el bien de los demás.

Mozart tenía un talento único pero, a diferencia de muchos que lo poseen, él corrió con suerte porque también resultó trabajador. En general, el mundo no termina en manos de los talentosos sino de los constantes.

A veces nace alguien con un talento enorme y se lo agradece a Dios ejerciéndolo. Para hacerlo se entrena, decide trabajar duro y deja un legado documentado. Esos, como Mozart o Da Vinci, son los imprescindibles.

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Un articulo: La batidora, de Adriana Villanueva

U na siente cuando la están mirando extraño, por eso bajé la vista para ver si tenía la bragueta abierta o zapatos de distinto color. Después de cerciorarme de que el escote de la blusa no daba picón, miré el reflejo de mi rostro en una tostadora para constatar que no estaba despeinada o tenía corrido el maquillaje y, aunque me hacía falta un poco de color, tampoco vi nada de qué avergonzarme.

¡Entonces por qué rayos en la sección de electrodomésticos de la tienda Éxito todo el mundo me estaba mirando raro! La parejita que parecía recién casada, tan tierna con sus franelas del Che Guevara "él y ella", que ilusionados llenaban el carrito de artefactos, al verme agarrar una batidora se quedaron boquiabiertos y casi dejan caer al piso la tostiarepa. Quizás peco de paranoica, pero sentí que se reían de mí. La señora que no sabía qué plancha comprar me miró con profunda lástima. Hasta la niñita que armaba una pataleta porque quería la licuadora de la línea Mickey Mouse, dejó de llorar para abrazar asustada a su mamá. Lo peor fue la cara de estupor del señor que se llevaba la televisora de plasma que, al ver mi futura batidora en el carrito, se le sintió un grito reprimido en el alma: "¡Pero bueno mija, en qué país crees que estás viviendo!".

Si llevara un elefante rosado entre mis compras habría llamado menos la atención en el hipermercado de Terrazas del Ávila, sobre todo cuando dejé la nutrida sección de electrodomésticos y llegué al escuálido departamento de alimentos con la batidora. Aún sin saber cuál era mi desliz, decidí obviar las miradas burlonas y apresurarme en terminar el objetivo de ese jueves en la tarde: las clases estaban por comenzar y a mis niños les gusta llevar ponqué en la lonchera. Me preguntaba cuántos mercados haría falta visitar para conseguir los ingredientes para preparar un sencillo ponqué.

Afortunadamente, harina de trigo había en Éxito, también limón para rayarle un poco de cáscara a la mezcla.

El problema empezó con los huevos: el ponqué lleva 6 y en Éxito no había ni 1. No me preocupé, los buhoneros en la calle los venden. La margarina repostera se me había terminado, en Éxito sólo había con sal. Azúcar, ¿desde cuándo no hay azúcar en los mercados? Creo que en junio fue la última vez que llegó al abasto cerca de mi casa y, aunque me regalaron 2 kilos en mi cumpleaños, no me queda lo suficiente para preparar un ponqué. Dicen que se consigue en Petare, que los buhoneros venden a 3.000 bolívares el paquete de a 1.000, que a veces la tienen en Mercal y que, quienes madrugan, con suerte encuentran los preciados cristales blancos en los mercados de Chacao, Coche, Guaicaipuro y Quinta Crespo.

A pesar de que con los ingredientes conseguidos en Éxito no podía preparar el ansiado ponqué, no di la tarde por perdida: como iluminados por una luz divina, encontré los dos últimos litros de leche que quedaban en el hipermercado. A lo mejor podría estrenar la batidora preparando un chantilly. En la casa tenía gelatina. Si tan sólo tuviera huevos y azúcar.

Fue en el momento de pagar, ante la mirada atónita de la cajera al cobrar el artefacto, cuando caí en cuenta de mi excentricidad, que no fue sino una combinación de ingenuidad, escapismo, rebeldía y fe, porque en esta Venezuela de estantes vacíos y de alimentos que no se encuentran por ningún lado ¿qué carrizo se puede preparar con una batidora?

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sábado, octubre 13, 2007

Un artículo de Sergio Dhabar, "En los libros estamos todos"

L a primera afirmación merece cuidado: Phillip Blom ha escrito un libro de historia tan bien informado y entretenido (Encyclopédie, El triunfo de la razón en tiempos irracionales, Anagrama, 2007), que su mera existencia resulta peligrosa para cualquier otro texto similar que caiga en nuestras manos. Será una referencia difícil de superar, que nos pondrá sobre aviso ante aquellos trabajos llenos de erudición y aburrimiento que cada tanto tiempo pretenden vendernos la trascendencia en forma de bostezo.

Su objeto de estudio no resulta a primera vista contemporáneo: las peripecias de los jóvenes enciclopedistas franceses del siglo XVIII, que comienzan a traducir un diccionario inglés para ganarse la vida y poder beber entre amigos. En poco tiempo convierten esa rutina en una de las hazañas culturales y políticas más sorprendentes de la Ilustración. Como cabe esperar, en el transcurso de veinte años la vida de estos escribas sufrirá cárcel, diversos enamoramientos, no pocas peleas, disgustos a mares y demasiadas presiones, lo que también convierte este libro de Blom en una comedia humana que tiene que ver con cada uno de nosotros, sus lectores modernos.

Phillip Blom parece un alquimista: convierte en oro lo que podría haber estado condenado a seguir los pasos de Robert Darnton y su fastidiosísimo ensayo El negocio de la ilustración (Fondo Económico de Cultura, 2006) sobre el mismo tema.

Por arte de esta transmutación accedemos con humor, sabiduría y tino narrativo a la atractiva historia del Diccionario razo nado de las ciencias, las artes y los oficios, para una sociedad de gente de letras, monumento intelectual que tuvo a figuras tan relevantes entre sus promotores y escritores como a Denis Diderot y Jean D’Alembert, fenómeno editorial de 16.500 páginas, 72.000 artículos, 17 millones de palabras y veinte años de trabajo, que arrojó utilidades netas de cerca de 2.571.042 libras de la época (algo así como 31 millones de euros actuales).

Resulta curioso que los más reconocidos autores de este dic cionario razonado fueron divulgadores que se enfrentaron a la escritura de temas que apenas conocían con una audacia y una temeridad admirables. Diderot era un autodidacta. Y el Barón de Holbach un bon vivant. Ninguno, ni siquiera Voltaire, escribió desde la erudición académica –lo que hubiera sido una traba para completar la obra-.

Comprendieron que tenían entre manos una obra comercial que iba dirigida a un público vasto. Esto puede ser oído en la actualidad sin sorpresa, pero en el año 1748 era un escándalo. Y esa impertinencia para la época fue revolucionaria.

Por semejante razón la obra tuvo momentos estelares y una enorme acumulación de información que no era buena. Así lo expresó Diderot: "No tuvimos mucho tiempo para escoger a nuestros colaboradores. Hubo entre ellos algunos hombres excelentes, pero también otros que eran flojos, mediocres, rematadamente malos’’.

La metáfora de hueco donde caía de todo, que adquirió este diccionario razonado para Diderot, fue justamente lo que le permitió al historiador Phillip Blom reconocer el antecedente que significa esta obra con la Wikipedia de Internet, el diccionario en red que hoy todos los niños del planeta consultan con la seguridad de estar bebiendo en una infalible enciclopedia universal. En ambos proyectos, con difusiones muy diferentes, entró (y entra) lo que cabía imaginar y verificar, pero también lo que la imprudencia y el azar pueden concebir.

Blom perfila a todos los protagonistas de esta historia, pero toma partido por Denis Diderot, como el abanderado del proyecto, el editor que lleva el control de la obra. En él coloca sus energías y la fuerza necesaria para construir a un héroe con cierta tendencia a la desgracia. Y no se olvida de las contrafiguras, que aquí se revela como Jean Jacques Rousseau.

Así lo define Blom en una entrevista que dio a Letras Libres: "Es uno de los antecesores del fascismo, creía que existía un especie de estado natural al que era necesario volver, hacia el que era necesario reconducir a la humanidad. Uno de los más extremistas seguidores de Rousseau fue Pol Pot, que creía firmemente en esto, en la necesidad de volver a ese estado natural o a lo que él creía que era nuestro estado natural’’.

Los libros que importan, como este de Blom, tienen de todo, divertimentos, sabiduría, inteligencia e incluso una mirada transversal sobre la historia, que une el pasado con el presente, sin que a veces nos demos cuenta.

vía el nacional

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viernes, octubre 12, 2007

Un artículo de Maripili Hernández, Lo que vio Mario Terán

Tuve la oportunidad de visitar La Higuera, de caminar por el pueblito boliviano que vio por última vez a Ernesto Guevara de la Serna, de conocer la escuelita en la cual lo mantuvieron preso y lo asesinaron a sangre fría, y de ver la batea en la cual, una vez muerto, depositaron su cadáver, para exhibirlo a los periodistas y así ufanarse por la cobardía de haber asesinado a uno de los gigantes de América Latina. Pocas cosas me han conmovido tanto.
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Asesinar a sangre fría a Che no era tan fácil. Quien lo hiciera se enfrentaba a una leyenda. Pararse delante de alguien quien, llegada la hora, descubría su pecho y le gritaba a su verdugo que lo asesinara como a un hombre, no era tan sencillo y es por eso que a la hora de apretar el gatillo fue necesaria la ayuda a la cobardía que brinda el alcohol. Por más que los generales René Barrientos y Alfredo Ovando, quienes para entonces seguían instrucciones de la CIA y la Casa Blanca, le hubieran dado la orden, para Mario Terán no fue fácil disparar, quizás intuía, desde ese momento, que pasaría a la historia de un modo infame. Él mismo reconoció a la prensa, posteriormente, que temblaba frente a él y que en ese momento le pareció "muy grande, enorme".
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EL VERDADERO MILAGRO PARA MARIO
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Han pasado ya 40 años de ese episodio terrible de la historia del continente, pero el Che sigue haciendo el milagro de convertir conciencias. La "Operación Milagro", que es la que realizan los médicos cubanos de manera gratuita, con el fin de devolver la vista a los que sufren de cataratas, llegó a Bolivia y ha atendido a cientos de personas que antes estaban ciegas y que hoy pueden ver.
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Entre las personas atendidas, hubo tres hombres identificados con el nombre de Mario Terán. Este es un nombre común para los bolivianos, pero que no pasa desapercibido para los cubanos de más edad, quienes inmediatamente recuerdan al autor material del asesinato del Che. Los médicos que operaron a estos tres hombres se dedicaron a hacer su trabajo de amor y revolución. Se concentraron en devolver la vista a los ciegos, tal y como lo pide Jesucristo en el Evangelio. Nunca pudieron imaginar que estaban haciendo el milagro en los ojos de un hombre que, cuarenta años atrás había cegado la vista de alguien tan importante para ellos.
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Pero el milagro que hicieron no fue sólo físico. Además de devolverle la vista, un gesto de su hijo indica que sucedió algo mucho más importante. Unos meses después de que el padre recuperó la visión, el hijo de Mario Terán se presentó en el periódico El Deber, de la ciudad boliviana de Santa Cruz, que queda cerca de La Higuera, a solicitarles que por favor publicaran una nota de agradecimiento dirigida a los médicos cubanos por haberle devuelto la vista a su anciano padre. Es obvio que este joven sabía lo que iba a suceder. Evidentemente entendía que inmediatamente alguien iba a recordar el nombre y que se darían cuenta de quién se trataba. Y con seguridad no hizo eso como una iniciativa personal, sino que muy probablemente contó con la autorización de su padre para adelantar este gesto de gratitud.
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Por eso, el milagro más importante no es haberle devuelto la vista de los ojos, sino la del corazón. Aquella capacidad que tenemos todos los seres humanos de ver el bien donde éste se encuentre.
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Lo primero que vio Mario Terán cuando recuperó la visión fue un afiche del hombre que mató hace cuarenta años, y que está en todos los consultorios de los médicos cubanos. Después de cuatro décadas, él ha vuelto a ver en dónde está el amor.

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El tema y la premisa

El tema

Aunque es evidente que o bien aparecen juntos el germen de la historia y el tema, o una vez con el germen uno se pregunta acerca del tema, hay que tomar el consejo de Stephen King: empezar por las cuestiones e inquietudes temáticas es una de las recetas de la mala narrativa.

Quiero comenzar con una cita que, en su momento, organizó algunas de las ideas que yo tenía con respecto a los temas, es del cuentista norteamericano Raymond Carver, de su ensayo "La vida de mi padre":

During those years I was trying to raise my own family and earn a living. But, one thing and another, we found ourselves having to move a lot. I couldn't keep track of what was going down in my dad's life. But I did have a chance one Christmas to tell him I wanted to be a writer. I might as well have told him I wanted to become a plastic surgeon. "What are you going to write about?" he wanted to know. Then, as if to help me out, he said, "Write about stuff you know about. Write about some of those fishing trips we took."

La importancia para mí de ese pasaje tiene que ver con que la respuesta del padre de Carver, aunque simple en apariencia, me parece que tiene un significado más sutil. Le dice al hijo escribe sobre quién eres, sobre quién fuiste y quería retomar el aspecto íntimo, personal de la escritura. Como dijimos no hay nada "malo" antes de escribirlo, pero es triste tomar siempre una pose de lo que sea: moralista, ambientalista, buen esposo, padre, degenerado, libertino sexual, guía espiritual.

Hay escritores que recomiendan escribir sobre lo que se conoce. Hay que escribir sobre lo que a uno le importa, sobre eso se escribe mejor. Hay que escribir sobre aquello que nos obsesiona y excita y está visceralmente integrado a nuestra vida.

Lo cual no es limitativo porque conocer tiene que ver directamente con cada uno de nosotros, aquí el dicho de que "depende del cristal con que se le mire" es cierto y cada uno tiene su propio cristal. Siguiendo con esta imagen, lo que hay que hacer con el cristal es conocerlo, encontrarle un mango para manejarlo y, sobre todo, pulirlo. El mango se le consigue cuando se escribe continuamente o se analizan diferentes situaciones como posibles historias: es el proceso de reflexión que lleva al descubrimiento del cual hablábamos anteriormente. El cristal se pule leyendo, exponiéndose a la mayor cantidad de modelos posibles de ficción. No se puede ser mejor escritor que los libros que uno ha leído.

Hay que pensar y repensar el texto porque seguramente en ese proceso se topará uno con la vuelta particular, propia. La escritura no sólo le descubre al escritor los elementos de un relato determinado sino aspectos de sí mismos que no conocía o comprendía poco.

El tema no es bueno ni malo depende desde el punto de vista desde el cual se trata. Tenemos que conceder al artista su tema, su idea, su donnée: nuestra crítica se aplica solamente a lo que hace con ellos.

El principal tema de la mejor escritura abarca las emociones, los valores y las creencias.

La premisa
El tema es lo general, el macroobjetivo al cual apuntamos. La premisa es la vuelta particular, la forma como nos apropiamos de ese objetivo.

En definitiva, se trata de una frase que expone de la manera más clara posible aquello que deseamos decir sobre el tema.

Si mi tema es la justicia, mi premisa bien podría ser: los hombres que son honestos siempre logran tener las instituciones jurídicas de su lado; o bien: la justicia es un invento de los hombres para restringir su libertad.
Entonces tenemos que un mismo temas puede tener tantas premisas como escritores ingeniosos existan. La idea es que sea aquel aspecto del tema que es más relevante para nosotros.

En torno a la premisa hacemos girar las ideas, referencias, tesis, antítesis y todo el material que queremos exponer en nuestro texto.

La premisa debe ser una herramienta que nos permita mantener un rumbo coherente de nuestro texto y debe ser referencia obligada en el momento en cual debemos decidir descartar algunas ideas o informaciones.

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La precisión

No puede ir desligado este tema de los aspectos generales que hemos tocado acerca del lenguaje porque, simplemente, regresamos a que el texto no escribe de atmósferas sino palabra por palabras.

De principio será corto. Incluso, debería bastar con un par de advertencias como que si todo para nosotros es un bicho o una vaina no vamos a ninguna parte, o que para describir a un novio o amante no basta con la fórmula de Diveana: Tus ojos, tus ojos, tus ojos, qué tienen tus ojos, tus ojos tus ojos.

Adolfo Bioy Casares recuerda que una vez leyó un halago sobre otro escritor que decía de aquél que escribía "usando todo el diccionario". Desde ese momento Bioy sintió que era eso lo que tenía que hacer escribir con esa abundancia y, cuenta, fue sólo el ensayo y error lo que permitió saber que no es necesario escribir con todo el vocabulario sino con el que exige el texto que se trabaja en un momento determinado.

Hay una relación entre vocabulario y visión: si el vocabulario es pobre, la visión es pobre y la mirada no puede ser original. Por eso hay que evitar ver, en lugar de las cosas, nombres o categorías (estudiante, árboles, bicho) y, si no se tiene, es bueno desarrollar, como ejercicio de voluntad, una curiosidad por el vocabulario.

La selección del vocabulario encierra valor. No es lo mismo usar, para describir a un grupo aproximadamente igual, las siguientes palabras: oposición, antichavista y escuálido.

La selección debe ser típica, comprensiva. Por eso, teóricamente, nos deberíamos entender en castellano, porque debemos poder descifrarnos sin mayores inconvenientes, sin embargo, un divorcio entre el escritor y los significados de las palabras que utiliza, termina en la incomprensión.

Escribir es seducir. La seducción tiene mucho que ver con hablar con gracia, pero esa gracia no se puede alcanzar con trucos baratos, que suenan a frases de abordaje de galanes de arepera.
¿Cómo asegurarse de un trabajo relativamente efectivo con el vocabulario?

Con una visión relativamente clara de lo que se va a escribir que se precedida luego por una evaluación por las palabras que se han utilizado para armar esa visión. ¿Son las más precisas posibles? ¿Estoy seguro de ellas, de sus significados?

Cada vez que hago una selección de palabras debo estar consciente de que cada una de esas decisiones tiene sus implicaciones. Hay que medirlas, comprenderlas, ver cómo afectan la historia.

Hay que recordar que cada vez que se escribe se está frente a un proceso paralelo de creación y descubrimiento, por lo tanto, prestando atención a esto último, hay que recordar que los accidentes de la escritura tiene que ser observados. Si en un momento hace una elección que parece descabellada, coloca algo que parece tener poco sentido, es mejor revisarla y estudiarla un poco aunque sea una reflexión sin mayor impacto práctico en el texto que se está trabajando.

Hay que evitar la búsqueda maniática de sinónimos, no se puede obviar que cada elección tiene sus implicaciones (grande por extensa, bella por hermosa no son directamente equivalentes.

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El tono del texto

Con tono general me refiero a la atmósfera que produce el conjunto de palabras con las que se compone el texto.

Hay tonos solemnes (Génesis):
En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.

Tonos alegres (Caracas física y espiritual de Aquiles Nazoa:
El zapatico del niño que algunos hacen momificar en cobre (al zapatico, no al niñito), para colocarlo como pisapel en el escritorio; decirle a las visitas cuando se despiden "en esta humilde choza nos tiene a su orden".

Tonos académicos (Hernández Sampieri, "Metodología de la investigación"):
Los elementos para plantear un problema son tres y están relacionados entre sí: los objetivos que persigue la investigación, las preguntas de investigación y la justificación del estudio.

Tonos afectados (Crónica social, El Nacional, Igor Molina):
El aroma penetrante y oleoso del incienso se sentía incluso fuera de la quinta Los Figallo, en El Cafetal. Cuando uno entraba para buscar al cumpleañero, el muy impecable Christian Verón, entre las cortinas de humo parduzco, lo primero que se encontraba era una mesa de narguile esperando a su fumador de turno.

Tono pesimista (Hambre de Knut Hansum)
Fue en aquella época cuando yo vagaba pasando hambre por Christiania, esa extraña ciudad que nadie abandona hasta quedar marcado por ella... En cuanto abrí los ojos empecé, como de costumbre, a preguntarme si ese día me tendría reservada una alegría...

Como se deben haber imaginado no son estos los únicos tonos. Además, sería posible enmarcar dentro de algunos de estos (o de otras categorías) algunos de los ejercicios que leímos la semana pasada. Lo importante es que, una vez más, no se puede decir que ninguno de estos tonos es incorrecto, hay que recordar que los mejores escritores ajustan el lenguaje al hablante y a la situación, para esto, la palabra clave es comprensión: si uno sabe que la situación es solemne, trivial, trágica, jocosa, con seguridad consigue el mejor tipo de lenguaje y la comprensión se logra por un (palabras de Forster) dejarse arrollar por el tema. Aparte, se debe tratar con respecto a algunos indicadores.

Los primeros de los factores a considerar, siguiendo Vargas Llosa, es que la coherencia interna y la necesidad son dos características de los materiales de la buena ficción, el lenguaje no podía ser la excepción. Necesitamos que ese tono general sea, precisamente, general. Cualquier salto injustificado sustrae al lector del mundo de la historia y le hace preguntarse: ¿por qué ocurrió?

De la coherencia interna hay que resaltar la consistencia, ésa es la clave: el lenguaje tiene encontrar, incluso cuando es mixto, híbrido una cierta consistencia para no hacer saltar al lector y esta decisión debe ser consciente.

Hay el riesgo de desarrollar máscaras de lenguaje. No es un asunto de pesimismos y optimismos, entusiasmos u oscurantismos sino que, simplemente, nadie con una visión distorsionada de la realidad puede escribir bien porque mientras leemos comparamos, confrontamos los mundos ficcionales con el real. Sobre esto, es necesario leerse y tratar de identificar de dónde vienen los moldes del lenguaje propio, las oraciones (a menos que sea así como se planeó) no pueden venir de slogans comerciales, de versos de canciones, tienen que ser trabajadas, convertidas en material propio.

Leer mucho y tener criterio (construirlo, como enfatizábamos en la sesión anterior) es el camino. Cuando uno reconoce que alguien cuya única forma de ver y cuya seguridad emocional parece depender a la adhesión a algún tipo de lenguaje, uno tiene razón para preocuparse.

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El triángulo de significado

En el llamado triángulo del significado sus vértices corresponde a la palabra, el concepto y el objeto. Esta expresión gráfica demuestra cómo funciona la palabra dentro del lenguaje: cada palabra alude a un objeto, el cual a su vez alude a un objeto. Entendiéndolo podemos dar otro paso firme para poder responsabilizarnos con lo que escribimos.

Tomemos la palabra “mesa”. Realmente, “mesa” es la combinación de cuatro letras. Pero, como hablamos el idioma, sabemos que cada vez que escuchamos, leemos o escribimos mesa nos referimos a un “mueble compuesto por un tablero liso sostenido por uno o varios pies y que sirve para comer, escribir, etc.”. Y, además, cada vez que vemos un mueble de estas características podemos diferenciarlo de una silla o un sofá.

La importancia de comprender esto es que para un mismo objeto, incluso para un mismo concepto pueden existir diferentes palabras que sirvan para nombrarlos, pero la elección de cualquiera de esas palabras no es perfectamente equivalente.

La selección del vocabulario encierra valor. No es lo mismo usar, para describir a un grupo aproximadamente igual, las siguientes palabras: trabajadora sexual, prostituta o puta. Cada una expresa de manera contundente mi intención. Cada vez que hago una selección de palabras debo estar consciente de que cada una de esas decisiones tiene sus implicaciones. Hay que medirlas, comprenderlas, ver cómo influyen en el texto.

Mientras estemos desarrollando nuestros textos estaremos frente a un proceso paralelo de creación y descubrimiento, por lo tanto, prestando atención a esto último, hay que recordar que los accidentes de la escritura tienen que ser observados. Si en un momento hace una elección que parece descabellada, se coloca algo que parece tener poco sentido, es mejor revisarla y estudiarla un poco aunque sea una reflexión sin mayor impacto práctico en el texto que se está trabajando.

Hay que evitar la búsqueda maniática de sinónimos, no se puede obviar que cada elección tiene sus implicaciones (grande por extensa, bella por hermosa no son directamente equivalentes).

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miércoles, octubre 03, 2007

Los niveles del lenguaje

El lenguaje existe en diferentes niveles. El primero es el más superficial, está compuesto por las fórmulas —casi automatismos— que todos los días ponemos en práctica para poder lograr un mínimo entendimiento con las demás personas: cuando decimos gracias, buenos días, buenas noches, muy probablemente no estamos implicando con estas palabras carga emocional o sentimental alguna, simplemente son formas que nos permiten sortear la vida en sociedad. No hay que despreciar este nivel del lenguaje, como siempre le digo a mis alumnos, resulta bastante útil al momento de cobrar un cheque en un banco, cuando entramos a un ascensor y queremos ser inmanente corteses. Lo que debe quedarnos claros es que se trata del nivel más superficial.

Al profundizar en el lenguaje vemos que tenemos posibilidades mayores y es la que ponemos en práctica cuando componemos o redactamos esas notas, cartas, correos electrónicos, memorandos y otros documentos que nos exige nuestra vida. Allí utilizamos otras estrategias, damos cierto valor a las palabras como entes individuales, aunque, por lo general, cada vez que tengamos la ocasión, nos inclinaremos por los lugares comunes y las fórmulas que nos permiten cumplir nuestros objetivos. De nuevo se trata de un nivel necesario.

Luego viene un nivel aún mucho más profundo y es el del lenguaje especializado, el cual se caracteriza por el uso de jerga muy específica de ciertas ciencias, artes o disciplinas, hay una intención de precisión muy importante y esto nos permite crear mensajes que podrán ser comprendidos y compartidos, básicamente, por aquellas personas que dominen los mismos códigos.

Finalmente, podríamos decir que se llega al lenguaje emocional. Este es el lenguaje en el que, teóricamente, componemos nuestros texto más creativos, donde problematizamos la escritura. En un lenguaje que, utilizando las mismas palabras que los otros, existe una carga emotiva significativa.

Siempre es interesante preguntarse: ¿en qué se parecen y se diferencian una gran novela de un diccionario o una guía telefónica? Se asemejan en que ambas son ordenaciones intencionadas de palabras. Se diferencias en que mientras la precisión y frialdad del método alfabético domina en las últimas, en una buena novela es la emoción, el sentimiento que le imprime el autor lo que le da orden a esas palabras.

Es en este nivel de lenguaje emocional donde debemos trabajar.

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martes, octubre 02, 2007

Bienvenida e información general

La idea de este blog es mantener al grupo informado acerca de la información teórica y las asignaciones de la cátedra de Expresión escrita.

Hemos asumido un compromiso por unos cuantos meses (matutino) y unas cuantes semanas (sabatino) y la idea es lograr abrirnos paso en el mundo de la escritura creativa.

Información

¿Se puede realmente enseñar a escribir?

La escritura tiene dos componentes: el talento y lo que podríamos llamar la "artesanía". El primero, por sus características, sólo permite ser orientado, canalizado. Pero la artesanía se aprende al descubrir algunas herramientas básicas, identificándolas en los textos de otros autores y en los propios y manipulándolas, jugando con ellas. Un programa de escritura creativa es un ambiente propicio para este proceso.

¿A quién está dirigido?

A aficionados a la literatura y personas interesadas en la escritura que deseen más que un catálogo de lecturas guiadas o algunos modelos teóricos de escritura, la experiencia viva de la construcción de un texto.

¿Cuál es el objetivo principal de la asignatura?

Brindar algunas herramientas básicas, de aplicación práctica para la escritura en diferentes géneros y sensibilizar a los participantes, a través de constantes lecturas de textos de autores venezolanos y extranjeros, a la lectura.

¿Cuál será la metodología?


Las sesiones comenzarán con una corta exposición teórica, se procederá a una discusión grupal y, finalmente, se trabajará el aspecto práctico a través del fomento de la escritura. Sesión a sesión se realizarán lecturas del material en proceso y cada participante tendrá la oportunidad de discutir su trabajo con el grupo.


¿Quién dicta la asignatura?

Jesús Nieves Montero, escritor, mención honorífica en el Primer Concurso de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores (1999), Segundo lugar en el Premio de Literatura Latinoamericana S.T. Dupont- M.E.E.T. (2000), ganador del Premio Internacional Pegaso Ediciones de Argentina (2001). Docente del Programa Superior de Escritura Creativa y redactor del Grupo Gerente y Contenido Inteligente.

(Para mayor información puede consultar al siguiente e-mail: jnievesmontero@cantv.net)

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